En mi otra vida, cuando estudiaba ingeniería industrial en la Pontificia Universidad Católica del Perú, universidad que nunca tuvo visos pontificios salvo por los clases de teología que nos dictaban curitas con alto grado de pensamiento crítico, al menos así fueron los que me tocaron cuando lleve Teología I (curso obligatorio) y Teología II (curso electivo). Tiempos aquellos de descubrimiento, mucho estudio con su debida perdición también. Dentro los cursos de Estudios generales, una de las clases que me gustaba más eran las de física y su respectivo curso laboratorio, que no significa que sacara las mejores notas. Lo que me gustaba era que podíamos comprobar mediante experimentos la teoría enseñada por el profesor. En el curso de Física I, habíamos revisado lo concerniente a la teoría de Max Planck, padre de la mecánica cuántica, que en 1900 estudio la propagación de la radiación. Demostrando que la energía se absorbe o propaga en quantas, es decir en paquetes no homogéneos de energía. Este primero postulado fue llamado la Cuantificación de la Energía. Elaborando para ello la ecuación para hallar la energía de un fotón, quanto de energía en forma de radiación electromagnética: